Carta Abierta
En medio de campañas plagadas de retórica, de las promesas de siempre, de caminos discursivos trazados hacia la polarización y la descalificación de la elección del 6 de junio, sorprende que casi ningún candidato haya dicho cuál es su ruta a seguir para obtener los recursos adicionales para financiar las obras y los programas que alegremente ofrecen. Y es que prometen en el contexto de unas finanzas públicas deprimidas a causa del estancamiento económico originado por la prolongada pandemia del COVID, hoy con más de 14 meses de presencia en el país y en el estado.
“Vamos a hacer…vamos a apoyar…vamos a construir…vamos a entregar…vamos a.…”, es la reiterada perorata de la mayoría de los candidatos de todos los partidos. Es un símil del «a todos diles que sí, nomás no les digas cuándo». En este mar de promesas emerge un planteamiento serio que merece el análisis: el ‘federalismo energético’ para que la riqueza petrolera costee con carácter prioritario el desarrollo de las entidades productoras.
El concepto no es en sí mismo algo nuevo, pero en la actual coyuntura que vive México, con una firme apuesta a fincar su crecimiento en el resurgimiento del sector energético, cobra relevancia y tiene mucho sentido. El tema lo ha venido abanderando Manuel Rodríguez González, aún diputado federal por la 64 Legislatura y presidente de la Comisión de Energía en San Lázaro, y que aspira a un segundo periodo legislativo consecutivo en la 65 Legislatura.
El candidato de Morena a la diputación federal por el Cuarto Distrito Electoral ha delineado una senda bastante coherente, sobre todo si se toma en cuenta que en el pasado la riqueza petrolera extraída del Sureste sirvió para moldear el México moderno y detonar principalmente el crecimiento e industrialización del centro y norte del país.
En el caso de Tabasco, la historia todos la conocen: los recursos llegados como parte del auge petrolero se usaron de manera desordenada y desperdiciada, no pocas veces en medio de la corrupción.
Ante el nuevo ‘boom’ petrolero que vive nuestro país, ¿qué propone Manuel Rodríguez? Sencillo: traducir el federalismo energético en obras de infraestructura que aceleren la reactivación económica de Tabasco. Es decir, hay que industrializar a la entidad, transformar el agua en un aliado estratégico del desarrollo y recuperar las actividades primarias o las agroindustrias que en el pasado dieron resultados pero que se perdieron a causa de malos manejos por parte de líderes y dirigentes de los gremios productivos.
De lo que se trata, ha dicho Rodríguez, es de aprovechar la riqueza que genera un recurso como el petróleo que, pese a la obligada y necesaria transición hacia las fuentes renovables y limpias, durante muchos años seguirá como la principal fuente de energía, no sólo en México sino en todo el mundo. Sabe de lo que habla. Con casi tres años al frente de la Comisión de Energía no sólo conoce la dinámica y el potencial del sector; también ha logrado construir puentes con la iniciativa privada asociada con esta industria. Es una experiencia que de inicio y de ganar la elección, como todo apunta que así será, ya le concede una ventaja para repetir en la presidencia de esa Comisión.
En la primera parte del llamado Sexenio de la Transformación, el tabasqueño cumplió su parte de la agenda. Desde la Comisión responsable de revisar el presupuesto de todo el sector energético, garantizó cada año los recursos para los planes de la Secretaría de Energía y de las dos empresas productivas más importantes del Estado mexicano: Pemex y CFE.
Y más: desde la Comisión de Energía defendió uno de los proyectos insignia del presidente Obrador y la 4T: la refinería de Dos Bocas en Paraíso, llamada a ser el símbolo de la seguridad energética para el país y que hoy por hoy es sinónimo de reactivación.
En medio de un alud de promesas de campaña, muchas de ellas sin fundamento, Manuel Rodríguez hace un planteamiento serio como es el llamado ‘federalismo energético’. En efecto, el saber cómo hacerlo es fundamental para que esos compromisos electorales aterricen en hechos concretos y no se queden sólo en la retórica, los buenos deseos o, lo que es peor, en la demagogia irresponsable.