¡Buen lunes! Excelente inicio de semana.
Vector X
Ya en alguna ocasión se compartió en este espacio algo de lo ocurrido en Tabasco a finales de 1918 durante la influenza española.
Hoy vale la pena recordar aquella crisis sanitaria de fatales consecuencias ocurrida el siglo pasado. Quizá de alguna manera sirva de reflexión. El siguiente relato pertenece a Pepe Bulnes y nos remonta a la Villahermosa antigua, de nuestros padres y abuelos, con sus costumbres y pesares:
“Los médicos yerbateros aconsejaban, como profilaxis y terapéutica, tomar cocimientos de agua de borraja, linaza, cebada y pelo de maíz con limón y bicarbonato, infusiones alcohólicas con calahuala, huaco, corteza de guayabo, palo mulato y cocohite.
“Y como prevención hubo necesidad de clausurar el teatro “Merino”, el “Cine Club” y los templos de Esquipulas, La Punta y Santa Cruz para evitar aglomeraciones. Para entonces se registraban más de cien defunciones diarias.
“En esa época llovía, como dicen, a cántaros. Día y noche. Se inundaban las calles. Las lagunerías rebasaban su nivel; y ríos y arroyos salían del meandro. Eran días y noches de continuo llover. La población villahermosina agonizaba en sus casas, fallecía o a veces en la calle caía muerta.
“Las calles permanecían silenciosas, desiertas, abandonadas como olvidados cementerios. A la distancia se escuchaban las pisadas de algún desesperado que anheloso corría a la botica por una medicina o al hospital en busca de auxilio.
“Clavadas en las jambas de las puertas, sobresalientes banderines amarillos, blancos o negros, como señales que servían de aviso para la enfermedad. Las amarillas indicaban la tenencia de un atacado. La blanca sin novedad. La negra, la muerte.
“Esporádicamente abrían sus puertas los templos de Esquipulas, La Concepción y Santa Cruz, para desahogo y consuelo de desesperados. Mil luces en los altares. La gente de hinojos con los brazos en cruz, frente a los Cristos y vírgenes indiferentes al dolor humano. Los rezos invadían las naves.
“Los estoraques de los sahumerios subían en espirales y las lengüitas de fuego santo parecían alargarse hasta el cielo, clamando misericordia para los agonizantes, mientras los creyentes derramaban lágrimas para sus muertos o imploraban salud para sus familiares.
“Y afuera… a veces cerca, a veces lejos, se oía el chirrido lúgubre de las carretas de don Juan García Valencia, de don Miguel Hernández o las de Rosalino Sanlúcar, con cadáveres recogidos de las casas, calles o callejones, llevándolos al cementerio para incinerarlos al fondo de la capilla. “Las carpinterías de los maestros Darío López, Patricio Castro, Carmen Cortázar, Herminio López, Isidro Ortíz y don Apolinar Sanlúcar trabajan día y noche fabricando cajas de muerto sin estética.
“La gente de los barrios fue la más castigada por el terrible mal. Santa Cruz, Casa Blanca, Esquipulas, El Camino Real, La Pólvora, La Punta, Mayito, El Mustal, Tierra Colorada, El Arroyo, Jolochero, Macayal, etcétera, y los circuitos Guelatao, El Rastro, La Pólvora y Puerto Escondido.
“En el interior de las casas ardían fumigaciones, braceros chisporroteando por las hojas secas de pimienta, azufre, cloruro, potasa, conchas de tortuga convertidas en recipientes con ceniza empapada de vinagre detrás de las puertas, mientras las ollas de barro, cazuelas y sartenes de peltre o calderetas de latón permanecían abandonadas sobre los fogones apagados porque, al parecer, nadie cocinaba, nadie tenía hambre porque había huido espantada ante la presencia de la muerte. Familias enteras desaparecieron. La influenza española costó a Tabasco más de 7 mil víctimas”.
Hasta aquí el relato. Terrible historia. Meses de miedo, dolor y muerte.
Cien años después, vivimos otra tragedia, enfrentamos otra adversidad ahora con vacunas, medicamentos, hospitales.
Que el pueblo reflexione y haga su parte hoy para frenar el virus. Prudencia, disciplina, responsabilidad. ¿Es mucho sacrificio?