(Tomado de The New York Times)

  • Por David Jiménez

Es escritor y periodista. Su libro más reciente es El director.

MADRID — El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y el líder de la extrema derecha española, Santiago Abascal, se han enzarzado estos días en un enfrentamiento en las planicies de la diplomacia. No podía ser de otra forma: más allá de las etiquetas ideológicas, los populismos tienden a encontrarse en el espacio común del ruido y la estulticia.El Times  Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.

Los dos políticos son en teoría radicalmente opuestos, pero se parecen más de lo que les gustaría. Son la confirmación de que el manual del populista no distingue entre países, bandos y, sobre todo, estrategias para lograr sus objetivos. Estas son cinco coincidencias —hay más— que los hacen primos hermanos de la política.

Abascal llegó a México días después de celebrar la conquista de México por parte de España como un logro que “logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas”. El presidente mexicano había exigido, meses antes, una disculpa del rey Felipe VI ante “la catástrofe” provocada por el Imperio español. La ola de resentimiento histórico se ha cobrado su primera baja en la estatua de Cristóbal Colón en Ciudad de México, que será reemplazada por otra en homenaje a las mujeres indígenas.

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Colón, quizá haya que recordarlo, lleva muerto cinco siglos. En vez de emplear su figura para separar a mexicanos y españoles, podría servir para recordar lo mucho que nos une. Pero sabido es que el populismo se alimenta justo de lo contrario: la crispación y el enfrentamiento. La glorificación sesgada que Abascal hace de la Conquista de América y los intentos de López Obrador de extender culpas a las generaciones actuales son parte de la misma estrategia. Se emplea el nacionalismo rancio e ignorante para apelar a los instintos más bajos de sus seguidores. Desgraciadamente, con éxito.

Ni a López Obrador ni a Abascal les gusta la prensa. Esto es: no les gusta la prensa que no dice lo que quieren escuchar. El presidente de Vox mantiene vetados a medios y periodistas españoles a pesar de las decisiones judiciales en contra. Pero aun siendo grave, el señalamiento a informadores desde su partido no alcanza la irresponsabilidad de López Obrador. Los ataques del presidente mexicano, que se ha referido a los periodistas como fantoches, mentirosos y mafiosos, tienen lugar en un país donde 142 han sido asesinados desde 2000 por hacer su trabajo.

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España está lejos de vivir esa tragedia, pero el acoso a los periodistas ha aumentado en las calles, legitimado por discursos como el de Vox. No hay nada original en los métodos del populismo mexicano o español: han sido copiados del manual del expresidente estadounidense Donald Trump, entre otros líderes, y se resumen así: el periodismo está conmigo o contra el pueblo.

El principal obstáculo para los populismos, aparte de la prensa, está en la sociedad civil y las instituciones. No es casual que estas sean objetivo prioritario. A Abascal le disgustan especialmente las de la Unión Europea, que comparó en un discurso con la Unión Soviética. Los organismos europeos estorban porque cumplen una importante función en la contención frente al radicalismo: actúan como un segundo muro cuando las instituciones locales son asediadas.

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En España, el partido de Abascal ha llevado su discurso antisistema a lo más alto de la pirámide. No se limita a fiscalizar y censurar al gobierno, uno de los deberes de la oposición, sino que lo describe como ilegítimo e ilegal. Y si el presidente español, Pedro Sánchez, es ambas cosas, ¿no están justificadas medidas de excepción para tumbarlo? Es una frontera que, una vez cruzada, resulta difícil de desandar.

El populismo latinoamericano de izquierdas tiene un largo historial de destrucción de instituciones, con la Venezuela de Nicolás Maduro como su ejemplo más sangrante. En menor medida, López Obrador también ha emprendido un desgaste de los organismos que puedan ejercer de contrapoder. El Instituto Nacional Electoral, organismo autónomo encargado de velar por las votaciones democráticas, está entre sus objetivos predilectos, pero no es el único. El Instituto Nacional de Transparencia y onegés como Mexicanos Contra la Corrupción son blanco frecuente de sus ataques.

Nunca sabremos cuántas vidas se habrían salvado en México si el presidente hubiera gestionado la pandemia de COVID-19 con profesionalidad, en lugar de supersticiones. Difícil olvidar los días en que López Obrador le decía a los mexicanos que él se protegía del virus con amuletos y estampitas de santos. Las mascarillas, recomendadas por la ciencia, le parecen inútiles.

Al otro lado del charco, España gestionó con incompetencia los primeros meses de pandemia y ha mostrado gran eficacia en la vacunación. Es razonable pensar que otro gobierno lo habría hecho mejor e imposible creer que ese hubiera sido el caso con la intervención de Vox. El partido ha dejado desde la oposición algunas pistas de cuál habría sido su gestión. Sus dirigentes, por ejemplo, consideran que no vacunarse puede ser una decisión respetable en “gente adulta informada”. La formación de Abascal forma parte de la exuberante irracionalidad con la que los dirigentes de México, Brasil o Estados Unidos agravaron la pandemia.

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El populismo defiende, por encima de todo, sus propios dogmas. Cualquier cosa que los rebata, da igual que sea con la fuerza de la ciencia, la razón o los datos, es denostado y cubierto bajo el fango de la desinformación. ¿Hemos dicho ya que no les gusta la prensa? La lección es que, en tiempos de crisis, lo último que necesitas es un populista al volante. Sea de izquierdas o derechas.

No hay populista coherente porque la esencia misma de su discurso está en el oportunismo y el sesgo. Y, sin embargo, en el intercambio de calificaciones que se han dedicado Abascal y López Obrador, el presidente mexicano reconoció al menos “autenticidad” en el extremismo de su adversario. Basta dar un vistazo a las políticas de migratorias de ambos para concluir que la hipocresía es una característica más asidua.

El discurso antiinmigración de Vox es especialmente beligerante con los refugiados musulmanes. Pero el partido no tuvo problemas en aceptar fondos del Consejo Nacional de la Resistencia en Irán, un grupo de origen marxista e islamista que tuvo vínculos con el régimen de Sadam Husein.

La larga lista de contradicciones de López Obrador incluye críticas a la sumisión de su predecesor con Trump antes de ceder a todas sus demandas migratorias, incluido el despliegue de militares en la frontera con Guatemala. Quizá la clave está en que, como dice el intelectual y antropólogo Roger Bartra, el presidente mexicano podría pasar perfectamente por un “populista de derechas” como Abascal.

Y viceversa.

David Jiménez (@DavidJimenezTW) es escritor y periodista. Su libro más reciente es El Director.

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