CARTA ABIERTA
A partir de este 1 de agosto, con sólo 61 días por delante, el reloj ha comenzado a contar los últimos momentos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El tabasqueño asumió el cargo con la promesa de transformar al país. Su «Cuarta Transformación» buscaba posicionar a México en una ruta hacia la justicia social, la paz y un robusto crecimiento económico, y en algunos aspectos ha logrado avances dignos de mención.
De acuerdo con informes del Coneval, la pobreza se redujo en 5.1 millones de personas durante su mandato, un dato alentador que ancla el discurso de que su administración ha dado frutos en el ámbito social.
El incremento del salario mínimo en más de un 120% y las transferencias monetarias a los más vulnerables son también logros señalados por analistas como determinantes en el aumento del poder adquisitivo del mexicano común.
En el ámbito económico, el país ha mantenido estabilidad frente a las crisis globales, aunque el crecimiento del PIB aún no alcanza las expectativas que prometió.
La proyección inicial del presidente fijaba un crecimiento del 6% al final de su mandato, sin embargo, datos del Banco Mundial anotan un crecimiento promedio del 3% en los últimos cinco años. Esto deja en el camino más preguntas que respuestas, y podría representar otro de los pendientes que Claudia Sheinbaum deberá abordar.
Los mega-proyectos de infraestructura, como el Tren Maya, el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y la refinería Olmeca son emblemáticos de su gobierno. Sin embargo, no han estado exentos de controversia.
El área de seguridad, que AMLO identificó desde su llegada como la más crítica, ha dejado dudas en muchos sentidos. La violencia ha aumentado, con casi 190,000 homicidios registrados hasta junio de este año.
Aunque su retórica sugiere que el crecimiento de la violencia es menor en comparación con su antecesor, los ciudadanos siguen viviendo en el temor y la violencia sigue permeando en la vida cotidiana.
Por el contrario, su estrategia de comunicación centrada en sus «mañaneras» ha sido una de sus principales cartas de éxito.
Con un dominio exacerbado del espacio mediático, AMLO cultivó no sólo su imagen, sino instauró un nuevo formato de interacción política directa.
Esta narrativa, que a menudo desestima las críticas y presenta su administración bajo una luz favorable, ha llevado a que las voces opositoras se desdibujen, viéndose incapaces para enfrentar el gigantesco poder político de la palabra presidencial.
A pesar de no cumplir completamente con todas sus promesas de campaña, ha mantenido una alta aprobación personal. Su habilidad como político carismático ha protegido su imagen, incluso cuando sus políticas públicas han sido cuestionadas.
Al considerar su impacto en el futuro político del país, es innegable que López Obrador continuará teniendo peso en la política nacional como expresidente, especialmente si la próxima administración no logra cumplir las expectativas.
Quedan solo un par de meses para que la figura de AMLO se convierta en historia, con un legado que será leído a través de un prisma mixto: logros en áreas sociales y económicas, pero también retos significativos en seguridad y en la percepción de corrupción.
Así, el inicio de la despedida de López Obrador no es sólo un adiós; es un momento crucial para que los ciudadanos deliberen con franqueza lo que ha sido este sexenio y lo que pudo ser.
Al final, la historia juzgará su mandato, pero el eco de su voz y decisiones permanecerán en el cruce de caminos que debe tomar este país.
: LA RÚBRICA
Es difícil no tomar a risa, o más bien como una mala broma, la reciente declaración del senador Juan Manuel Fócil Pérez sobre su supuesta ausencia de interés en contender por la dirigencia estatal del Partido de la Revolución Democrática. En sus palabras, Fócil afirmó que se mantendrá «a un lado» y que podría involucrarse solo como consejero estatal. Sin embargo, es ampliamente conocido que Fócil es el auténtico dueño del PRD en Tabasco, y que cualquier cambio en la dirigencia será, en última instancia, un eco de su voluntad. La afirmación de que buscará “nuevas fuerzas” y promoverá la incorporación de gente nueva en el partido suena más a una estrategia de marketing que a una realidad política. En la práctica, Fócil ha demostrado ser el titiritero tras el telón, manejando los hilos del PRD con una mano de hierro y un control absoluto sobre las decisiones. Decir que no tiene interés en la dirigencia estatal es desmentir lo que todos en Tabasco saben: que la elección del próximo dirigente será un mero formalismo, con el dedo de Fócil señalando al elegido… Miguel Barrueta ha manifestado su interés en continuar al frente del Comité Ejecutivo Estatal del PRI, una vez que se emita la convocatoria para las nuevas elecciones. Su declaración de ser un “militante priista de casa y de territorio” es una afirmación poderosa de su compromiso con el partido y con las bases que lo sustentan. En un momento en que el tricolor tabasqueño enfrenta una dura batalla contra la arrolladora maquinaria de Morena, es imposible ignorar el papel crucial que ha desempeñado desde febrero de este año como presidente interino. El 2 de junio, cuando muchos pensaban que el partido estaba al borde de la extinción en el estado, logró lo que parecía un milagro: mantener el registro electoral del PRI. Este triunfo fue un testimonio de su habilidad política y de su capacidad para movilizar a las bases a pesar de las limitaciones financieras. Su capacidad para resistir y superar los desafíos subraya su idoneidad para seguir al frente de las siglas en los próximos tres años. Además cuenta con un valioso respaldo: el de Alejandro Moreno, a quien ha apoyado con firmeza en su reelección como dirigente nacional. Este apoyo mutuo no es trivial; refleja una alianza sólida. La colaboración entre Barrueta y Moreno ofrece una plataforma sólida desde la cual enfrentar los retos venideros en el Edén.