CARTA ABIERTA
La imposición de aranceles del 25% a productos mexicanos por parte de Donald Trump, bajo el argumento de combatir el narcotráfico y la migración ilegal, no es solo una medida económica: es un ultimátum político.
Más allá de la retórica beligerante —que incluye acusaciones sin pruebas de una alianza entre el gobierno mexicano y los cárteles—, el mensaje es claro: Estados Unidos exige un cambio radical en la estrategia de seguridad de México.
La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum, firme pero pragmática, marca una oportunidad histórica para dejar atrás el fracaso de “abrazos no balazos” y construir una colaboración bilateral, sin subordinación.
Trump, en su estilo confrontativo, ha utilizado los aranceles como arma para forzar a México a alinearse con sus prioridades.
Las acusaciones de la Casa Blanca —desde el tráfico de fentanilo hasta supuestos “refugios seguros” para cárteles— son muy duros, pero reflejan una realidad innegable: el crimen organizado opera con impunidad en vastas regiones de México. Pero también es muy cierto que la migración ilegal y las drogas son problemas compartidos, no unilaterales.
Sheinbaum, con “serenidad y paciencia”, ha rechazado categóricamente las calumnias sobre complicidad gubernamental con el crimen, pero ha extendido una mano al diálogo.
“Coordinación sí; subordinación, no”, resumió. Asegura que su gobierno ha demostrado acción: incautaciones récord de drogas y detenciones de líderes criminales en sus primeros meses. Es un giro táctico frente a la pasividad de los últimos seis años, aunque insuficiente bajo la visión del magnate estadounidense.
Una salida a la crisis bilateral está en complementar esta ofensiva con inteligencia y recursos de los dos países.
Aquí, la soberanía no debe ser un tabú. Como señaló Ricardo Anaya, senador panista, la colaboración no implica rendición. Su propuesta de un “Tratado de Seguridad” al estilo del T-MEC —con reglas claras— es sensata: atacar financiamiento, armas y drogas de manera coordinada.
“Las metanfetaminas cruzan al norte; las armas y el dinero sucio vuelven al sur. La responsabilidad es compartida”, advirtió.
El riesgo de minimizar los aranceles es grande; más, en un contexto de desaceleración económica.
El ‘Plan México’ de Sheinbaum corre el riesgo de no alcanzar sus objetivos ante los riesgos de que los impuestos a las exportaciones mexicanas generen inflación, desempleo, devaluación del peso, y caída de la inversión privada.
Trump sabe que México depende más de su vecino que viceversa. Pero una guerra comercial no beneficia a nadie.
La exembajadora Martha Bárcena lo resume así: EE.UU. ve ahora a México como una amenaza a su seguridad nacional.
Es hora de desactivar esta narrativa con hechos, no con patriotismos baratos e ignorantes que solo polarizan la crisis bilateral.
El camino es estrecho: Sheinbaum debe mantener su valiente postura de diálogo con colaboración sin ceder a presiones intervencionistas, mientras Trump debe entender que la cooperación exige respeto.
Operativos conjuntos de inteligencia, como sugiere Anaya, podrían ser el primer paso. Pero sin un acuerdo formal que blinde la soberanía mexicana y comprometa a EE.UU. a combatir el lavado de dinero y el tráfico de armas, el ciclo de crisis se repetirá.
México enfrenta meses críticos. La disyuntiva es clara: o se negocia un pacto de seguridad con la cabeza fría, o el costo económico, social y humano afectará a ambos países.
En su respuesta oficial del sábado, Sheinbaum ha puesto la mesa de la negociación para Trump. Es cosa de ver si el ‘Gringo viejo’ le toma la palabra.