Pasamos varias veces, pero no nos dimos cuenta… Al mirar detenidamente, un repentino escalofrío nos invadió el cuerpo al ver lo que estaba frente a nosotros. Rápidamente nos alejamos del lugar.
Nicandro se llevó el peor susto de su vida y, claro, como ser humano, siente, piensa y actúa muchas veces por la impresión de algo inesperado que altera su estado emocional.
Con pausas y, en ocasiones, con un semblante reflexivo al recordar aquellos momentos vividos hace poco tiempo, nuestro interlocutor nos expresa que siempre escuchó muchas historias, pero casi nunca daba crédito a esas leyendas de apariciones.
Leyó mucha literatura variada, pues de esta forma las letras podían darle un mejor ángulo de la vida y su realidad. En algunas ocasiones tenía reuniones con amigos de la colonia, de estudios y de trabajo, pero cuando la conversación cambiaba bruscamente de tema y se metían con el asunto de brujería, espantos y apariciones —ya ni se diga de duendes y La Llorona—, a Nicandro le daba por reírse y burlarse de los que contaban, supuestamente, sus experiencias vividas… Pues él era del lema: Como Santo Tomás, hasta no ver, no creer.
De tal forma que Nicandro comenzó a narrar que, en una ocasión, una prima le pidió ayuda para limpiar y hacer unos trabajos de mantenimiento a una casa en uno de los fraccionamientos que están en la periferia de la capital, donde las nuevas construcciones invadieron la zona rural y se fueron perdiendo muchos paisajes naturales y la buena vista de la vegetación.
La parienta contrató un albañil, y entre los dos harían ese trabajo, que no era de muchos días, porque ella había adquirido una nueva vivienda en otra zona, y la que había dejado tenía apenas unos meses de haber sido desocupada, pero requería de atención en su conservación.
Nicandro manifiesta que ya tenían dos días trabajando en esa casa y todo transcurría tranquilamente; no había novedad al frente. En esa casa todavía había algunas pertenencias de su familiar, todas estaban intactas, como las habían dejado.
Mientras tanto, nuestro entrevistado y el técnico en construcción resanaban paredes, pintaban, limpiaban plafones, aplicaban repellos y nivelaban el piso en algunas zonas de la propiedad.
De repente, Nicandro vio de reojo al albañil, que se mostraba nervioso… Algo lo tenía inquieto… No se concentraba… y quería expresar algo, pero no le salían las palabras.
Nuestro protagonista, antes de hablar con la otra persona, miró a su alrededor para ver qué era lo que inquietaba al albañil. No había nada aparentemente en esa área de la habitación… Todo parecía normal… ¿Qué era lo que estaba pasando?
Nuestro narrador dejó sus herramientas y se dirigió al albañil:
—Te noto nervioso… ¿Qué te pasa, amigo? ¿Tienes algún malestar? Habla, amigo… Te escucho.
Su acompañante lo tomó del hombro y le dijo:
—Mira bien este espejo… ¿Ves algo? ¿Qué alcanzas a ver?
Como Nicandro no veía nada, movió la cabeza de izquierda a derecha en señal de que no distinguía nada.
Ante su incredulidad, el acompañante extendió su mano derecha al frente y, con el dedo índice, le señaló unas manos —del tamaño de un niño— en el espejo colgado en la pared.
Y claro, Nicandro, al mirar detenidamente el cristal, pudo ver perfectamente las huellas de manos en ese objeto.
¡En efecto, ahí estaban plasmadas muy claramente varias manos! ¡Tal vez dos o tres pares de manos! Ahí estaban esas huellas, muy bien definidas.
Nicandro, por la sorpresa y la cercanía del lugar señalado, exclamó de manera espontánea:
—¡Ahhhh! ¡Qué barbaridad! ¿Por qué está esto ahí? ¡Vámonos! ¡Vámonos! ¡Vámonos de aquí!
Nuestro personaje estelar dio varios pasos y le pidió al albañil abandonar la casa. Pero este lo calmó y le dijo que, desde que llegó, vio ese detalle, pero pensó que al abrir de nuevo la casa abandonada, esas huellas desaparecerían… Pero no sucedió, y es por eso que tuvo que dárselo a conocer.
—Cálmate —le dijo el albañil, para tranquilizarlo—. Esto siempre se registra en este tipo de viviendas solas, pero no es grave. Son energías inofensivas que, al tener de nuevo actividad la casa… ¡desaparecen!
Nicandro le tomó fotos a estas huellas de niños y las guardó como un testimonio de este tipo de cosas en las que él no creía… Y ahora sí: Hasta no ver, no creer.
Aunque Nicandro guardó tan bien aquellas fotos que no las volvió a encontrar.
¿Usted tiene una casa abandonada con estas energías? ¿La vivienda que hoy ocupa registra esta manifestación de una entidad? ¿Le gustaría tener en su hogar un fenómeno paranormal como este caso?