CARTA ABIERTA
La renuncia de Manuel Andrade al PRI ha servido de colofón para una de las carreras más contradictorias y accidentadas de un gobernador de Tabasco. Andrade entró por la puerta trasera al Gobierno estatal y por la puerta de atrás ha salido luego de más de treinta años de haber sido parte de una casta privilegiada de priístas.
Es el humillante final para el mandatario estatal más joven en la historia de Tabasco, ya que llegó a ese cargo con 36 años de edad. Pero esta peculiaridad le llevó a caer en una serie de despropósitos que le impidieron llegar a las grandes ligas de la política nacional, algo que sí lograron muchos de los huéspedes de la Quinta Grijalva, como Carlos A. Madrazo, Roberto Madrazo, Salvador Neme Castillo, Enrique González Pedrero, Leandro Rovirosa, Mario Trujillo y hasta el muy señalado Arturo Núñez Jiménez. Este es el estigma que le queda al no haber alcanzado la estatura nacional de otros gobernadores tabasqueños.
Andrade igual será recordado por la deslealtad mostrada hacia su mentor Arturo Núñez, a quien le dio la espalda para cerrarle las puertas a la gubernatura y colocarse él mismo en ese cargo, allá por el año 2000.
Cómo olvidar también la especie de golpe de Estado que, por órdenes de Roberto Madrazo, organizó desde el Congreso de los diputados en contra del entonces gobernador interino Víctor Manuel Barceló Rodríguez; todo para lograr el regreso del ‘hijo del Ciclón’ al Ejecutivo tras perder con Pancho Labastida la elección interna para elegir al candidato a la presidencia del país.
Pero tampoco le jugó limpio al propio Madrazo. En los comicios presidenciales de 2006, Andrade se decantó por el panista Felipe Calderón, algo que Madrazo jamás pudo digerir ya que si alguien era maestro de los artilugios era él y no el discípulo al que había reclutado para deshacerse de Núñez años atrás. Desde entonces, Roberto Madrazo le retiró la palabra y lo vio como a un enemigo, más que como a un adversario de tantos.
Su llegada al Gobierno de Tabasco tampoco estuvo exenta de polémica ya que protagonizó la primera elección a gobernador anulada en México. Fue hasta la segunda elección que se le declaró mandatario al vencer por una diferencia de apenas el cinco por ciento de los votos al perredista Raúl Ojeda. Durante su sexenio, por cierto, se registró un alza sin precedente en el número de secuestros y de otros delitos de alto impacto.
Con Beatriz Paredes como presidenta nacional del PRI, hizo lo imposible para hacerse de una cartera en el Comité Ejecutivo Nacional, pero la tlaxcalteca nunca se lo permitió. Después, no tuvo más remedio que poner sus intereses personales en Campeche, lugar donde se generó esa vieja enemistad con Alejandro Moreno Cárdenas, actual dirigente del PRI nacional. Es esta añeja confrontación con el campechano lo que le ha llevado a dimitir ahora al no tener más margen de maniobra.
Es un humillante final para Andrade porque, fiel a su costumbre, como hemos relatado, ha entrado siempre por la puerta trasera, esta vez a la del PRD. Su postulación como candidato a la alcaldía de Centro no ha sido bien recibida por los barones del partido, a excepción de su promotor y dueño de la franquicia, Juan Manuel Fócil.
La división generada por su llegada se ha reflejado en la impugnación que el expresidente del Consejo Estatal, Roberto Romero del Valle, ha puesto ante las instancias del partido y que ha prometido llevar hasta el Tribunal Electoral Federal, con el riesgo de que esa candidatura se venga abajo.
Dice el señor Andrade que se va con la conciencia tranquila y que no le debe nada al partido. Y lo dice a pesar de haber sido tres veces diputado, dirigente estatal del partido, candidato a senador, delegado en varios estados y gobernador.
Este razonamiento de no deberle nada al partido exhibe la corta memoria de un hombre que recibió del PRI todo los beneficios que se les da a las castas privilegiadas de la política, esas castas privilegiadas que tanto daño le han hecho al pueblo tabasqueño.