El Tutupiche
Eustaquio y Falopio eran dos amigos bembones, que se llevaban tan bien que parecían hermanos, uno tocaba trompeta y el otro le hacía segunda con trompetillas.
Al dúo no tan dinámico, les gustaba jugar trompo y vestirse de payasos al estilo del desaparecido Trompito, para ayudar a los niños de las escuelas a cruzar las calles.
Se llevaban tan fuerte que incluso tenían su propio Trompabulario, un léxico vulgar que utilizan algunas personas.
Eustaquio tocaba la trompeta porque era músico, no de medio oído, si no del odio medio a la garganta, y tenía un excepcional juego de garganta, sobre todo para el trago.
Eustaquio siempre andaba con la trompa normalmente abierta o permeable, ya que sentía una sensación de tapón u obstrucción en el oído, siempre tenía molestias ahí y sufría perdida de la audición y de atúfenos, o sea, zumbidos, además de mareos, no podía entrarle líquidos por esas aberturas.
Tenía tres hijos a los que llamaba de cariño: Tímpano, Yunque y Martillo, pero su función primordial era controlar la presión del primero.
Le pusieron Eustaquio en honor a su abuelo Bartolomeo Eustaquio, así lo quiso su otro abuelo, Antonio Valsalva, quien anteriormente tenía problemas para tragar, bostezar y masticar a su ‘conabuelo’ y con quien hizo las paces cuando le quitó el dolor, producido por una infección que tuvo en uno de sus oídos.
Por su parte, y más la íntima, Falopio andaba siempre con la boca cerrada, y le pusieron ese nombre en honor a su abuelo Gabriel Falopio, así se las gastaban antes, nos ponían los nombres de nuestros ancestros, aunque sonaran gachos, ahora nos ponen los de los gringos, que no sabemos qué significan y para nada combinan con nuestros apellidos.
Si me preguntan que si Falopio tenía un amigo o vario, digo, o varios, les diría que ese es útero tema, digo, otro tema, yo solo le conocí al pequeño Eustaquio; le encantaba la anatomía, sobre todo el aparato reproductor femenino de los mamíferos, aunque era muy mamífero.
Un día hicieron una apuesta y el que perdiera pagaría un trompo de tacos al pastor al otro, pero discutieron, se aventaron un trompo en donde se agarraron a trompadas limpias, Falopio perdió todos los dientes y Eustaquio sus herramientas, entre ellas el martillo y el yunque; desde entonces ambos se pusieron muy, pero muy trompudos.
Fue tal el desagravio, que Falopio decidió amarrarse las trompas para nunca más hablarle a Eustaquio, mientras este se hizo sordo, no solo porque pensó que eran palabras necias, si no porque para sacarle la cerilla lo hicieron con un cerillo prendido; ahora, ni uno habla, ni el otro escucha.