CARTA ABIERTA
En política, los silencios suelen hablar más que los discursos. Y la ausencia del gobernador Javier May en el Informe de Actividades del rector de la UJAT, Guillermo Narváez Osorio, ha dejado una señal que pocos pueden ignorar.
Aunque el evento contó con la presencia de José Ramiro “Pepín” López Obrador, la silla vacía reservada al mandatario estatal se convirtió en el símbolo de un desencuentro que trasciende el protocolo.
Narváez es visto por el maycismo como un personaje incómodo para su proyecto. Su insistencia por permanecer en el cargo, a pesar de las críticas por su gestión y su falta de alineación con la agenda del gobierno estatal, lo han situado en una posición frágil.
Los analistas coinciden: la ausencia de May no fue un descuido. En el lenguaje político, es una forma elegante de sugerir que ha llegado la hora de ceder el paso a alguien realmente cercano a los objetivos de su gestión.
Y es que hay diferencias. Otros funcionarios con derecho a concluir sus mandatos —como Enrique Priego Oropeza, presidente del Tribunal Superior de Justicia, y Nicolás Bautista Ovando, fiscal General del Estado— optaron por renunciar a esa posibilidad.
Su decisión, calificada como un acto de “decencia política”, contrasta con la de Narváez, quien prefirió reelegirse en enero de 2024.
Y es que en este escenario no hay buenos ni malos, sino prioridades: Priego y Bautista entendieron que su permanencia podía obstaculizar los proyectos de May; el rector, en cambio, eligió anteponer su continuidad, a pesar de que la directora de la División de Ciencias de la Salud de la UJAT, Míriam Carolina, se perfilaba como la candidata ideal del proyecto maycista.
May no necesita confrontar abiertamente a Narváez. Nunca lo haría, porque se ha mostrado siempre respetuoso de la autonomía de la máxima casa de estudios. Pero basta con mandarle sutiles mensajes de civilidad política, como el de su inasistencia de ayer jueves a su Primer Informe de Labores de su segundo periodo en la Rectoría. Este suceso refuerza la idea de que Narváez navega contra la corriente.
¿Qué sigue? En política, las señales suelen ser el preludio de acciones. Si el rector insiste en aferrarse al cargo, podría enfrentar un desgaste aún mayor, no solo en el gobierno, sino desde dentro de la propia universidad, donde las tensiones por su gestión son evidentes.
La elegancia de May al marcar distancias —sin rupturas escandalosas— recuerda que, en el tablero político, hasta el silencio es una estrategia.
Nada de esto es personal. Es, simplemente, el reflejo de una regla no escrita: quien no suma, resta. Y en un sexenio donde la 4T busca consolidar su proyecto en Tabasco, las restas son un lujo que ningún gobernante puede permitirse.
El balón está ahora en la cancha de Narváez. Su próximo movimiento definirá si entiende el simbolismo visto ayer jueves… o prefiere ignorarlo.
: LA RÚBRICA
La Marcha por la Paz y Seguridad de Tabasco, organizada por Morena para este sábado, ha despertado un encendido debate: Mientras las críticas del PRI y el PRD subrayan sospechas legítimas, reducir el evento a una mera estrategia política sería ignorar el grito de una sociedad urgida de soluciones ante la inseguridad. Jesús Selván García, líder estatal de Morena, ha insistido en que esta marcha no es una plataforma partidista, sino una “muestra de unidad” frente a la violencia. Con el respaldo de sindicatos clave y una convocatoria abierta, el morenismo busca proyectarse como un canal del descontento popular. “No es un tema político; es un asunto de todos”, recalca. Morena intenta equilibrar su rol de gobernante con el de interlocutor de demandas sociales. Si la marcha se convierte en un acto de autocomplacencia, reforzará la crítica de que el partido prioriza su imagen sobre resultados. Pero si abre puertas a cambios favorables, podría marcar la ruta correcta. Los dirigentes del PRI y PRD, Miguel Barrueta, y Javier Cabrera Sandoval, no han dudado en cuestionar los motivos detrás de la movilización. Cabrera ve en ella un intento de “blindar” al gobierno estatal, mientras el PRI la considera una “burla” ante el dolor de las víctimas. Sus argumentos, aunque cargados de ironía histórica —el PRI gobernó Tabasco por décadas y el PRD hoy lucha por relevancia—, reflejan una inquietud válida: ¿puede un partido en el poder organizar una marcha sin usarla como propaganda afín? En realidad, Morena debe demostrar que esta movilización no es un acto de propaganda, sino el inicio de una mejora en la seguridad. Está por verse si los tabasqueños asisten a la marcha por lealtad partidista, o porque han agotado otras vías. Su participación es, ante todo, un ultimátum social. La polémica en torno a la marcha confirma que hasta la paz se debate en clave política. Pero hay algo que ni Morena, ni el PRI, ni el PRD pueden ignorar: la ciudadanía está harta de que su seguridad sea moneda de cambio en disputas ideológicas. Si la marcha sirve para que el gobierno escuche —de verdad— a sindicatos, familias y organizaciones, habrá valido la pena. Si la oposición, en lugar de solo cuestionar, construye propuestas, recuperará credibilidad. Y si la sociedad mantiene su presión, incluso después de que las pancartas se guarden, Tabasco podría empezar a escribir un nuevo capítulo.