CARTA ABIERTA
El anuncio del Museo Nacional Olmeca en Villahermosa ha encendido la indignación en Tabasco. No es un debate arquitectónico. Es una afrenta al alma cultural tabasqueña y al legado de Carlos Pellicer Cámara.
El temor, expuesto con crudeza por algunos sectores de la opinión pública: que el proyecto del INAH y el arquitecto Enrique Norten profane el Parque Museo La Venta, obra cumbre de Pellicer.
En el INAH y Norten se percibe una alarmante ignorancia de la visión poética de quien es un referente de las letras nacionales.
Carlos Pellicer no concibió el Parque Museo La Venta como un almacén de rocas, sino como un «poema geológico».
Las esculturas olmecas debían dialogar con la selva, el cielo abierto, la fauna local, emulando su entorno original. Un espacio vivo, de espíritu festivo, casi irreverente, donde las piedras milenarias susurraran su historia entre la humedad tropical.
La nueva propuesta del Museo Nacional Olmeca, o como se llame, es su antítesis, porque será un mausoleo con aire acondicionado, un recinto impersonal donde las piezas originales ya no estarían en su contexto original poético y selvático.
Al mismo tiempo, el Parque La Venta quedaría reducido a una postal turística con réplicas de fibra de vidrio, perdiendo su esencia.
Y es que las ficciones térmicas de un nuevo edificio jamás suplirán la simbiosis de la piedra con el trópico tabasqueño.
Mover las piezas originales de su entorno pelliceriano es desterrarlas, ignorando la fuerza poética del ilustre tabasqueño.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, justifica el traslado por la necesidad de conservación y recomendaciones de la UNESCO. Aseguran que el Parque Museo La Venta «no se impactará, y se rehabilitarán los senderos».
Los argumentos suenan huecos, porque las piezas han resistido seis décadas en el entorno natural pelliceriano, y estuvieron milenios bajo tierra, antes de ser descubiertas.
Además, en una cruel broma del destino, el genio de esa moderna maravilla llamada Museo de la Cultura Olmeca, o como vaya a llamarse, es nada menos que Enrique Norten.
Su nombre es una alerta para los tabasqueños. Su obra previa en Villahermosa, el Museo Elevado (Musevi), está abandonada desde hace años, convertida hoy en un elefante blanco que costó 35 millones de pesos a los contribuyentes (según el último reporte oficial dado al respecto por Jesús Alí a Emma Sibilla en Telerreportaje).
Para colmo, Norten subió en 2018 un tuit llamando «cínico y ambicioso» al entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, tras su desempeño en el debate con el panista Ricardo Anaya y el priísta José Antonio Meade. Una afrenta más para los tabasqueños, que se suma a la profanación cultural.
Este trasfondo agudiza la percepción de que la elección de Norten ignora su cuestionable historial local, pero también la sensibilidad de la comunidad.
El enojo de los tabasqueños es palpable. Es el temor a perder un patrimonio insustituible. La idea de que la ambición de Norten se imponga al genio de Pellicer es un esperpento.
Voces como las de ECOSUR, el PVEM y CANACINTRA han manifestado inquietud o solicitado información, reflejando una preocupación social extendida.
Esta indignación no es nueva. El pasado Gobierno morenista se negó a la absurda propuesta de trasladar las piezas originales a un sitio cerrado, entendiendo que se trataba de reemplazar la autenticidad con copias baratas.
Invirtió, en cambio, en rescatar el sitio original con una inversión de 20 millones de pesos, dejando 2.5 millones más para la iluminación nocturna, a fin de hacer algo parecido a las visitas nocturnas en Xcaret. La postura de la anterior administración, en colaboración con la UNESCO, demuestra que existen alternativas al desmantelamiento.
Y todos se preguntan: ¿entonces de qué sirvió tanta inversión y trabajo para rescatar el Parque Museo de La Venta a fines del sexenio anterior?
El actual proyecto del Museo Nacional Olmeca, en manos del INAH y Enrique Norten, amenaza con ser una burla al legado de Pellicer. Un plan que prioriza un nuevo edificio, potencialmente fallido, sobre el alma de una obra maestra existente.
¿Hasta dónde permitirán las autoridades locales que la soberbia arquitectónica y la opacidad burocrática de personajes como Enrique Norten y las directrices del INAH eclipsen el legado vivo de Carlos Pellicer, sacrificando el alma poética de La Venta en el altar de una modernidad malentendida y un elefante fante blanco anunciado?